Aroma a limpio, color malva y sabor a hierbas
¿Adivináis? sí, estamos hablando de la Provenza francesa. Necesitábamos ir a ralentí, soltar el pie del acelerador y dejarnos llevar por la calma y lo simple, así que este año por fin marcamos la ruta (abierta, eso sí) e iniciamos el viaje.
¡Que Van Gogh se sentó aquí!
Exacto, nos pudimos sentar en la placita desde donde Van Gogh pintó “Cafe La Nuit”, la Plaza del Foro de Arlès, una ciudad iniciadora de la ruta de la Provenza. Aunque, sin duda, lo que más nos hizo disfrutar esta ciudad provenzal fue su historia. De hecho, a través de sus calles adoquinadas contemplamos el paso de los romanos, el arte románico y el postimpresionismo de Van Gogh, es decir, saciamos con creces nuestra sed de cultura. Y es que las paradas obligadas son el Foro, el teatro y el anfiteatro romano, además de la Catedral de San Trófimo, cuyo tímpano es una de las representaciones más míticas del románico. La verdad es que tanto si sois amantes del arte y de la historia como si no… Arlès es un punto importante en vuestra guía de viaje, será el preámbulo de lo que empezaréis a ver a partir de ahora.
Saintes-Maries-de-la-Mer: R E S P I R A R en la Camarga
Se trata de un pueblecito blanco rodeado de agua, el mar Mediterráneo por un lado y las marismas por el otro. Playas vírgenes, dunas, salinas y marismas repletas de juncos es lo que os encontraréis. Además de un espectacular recorrido del río Ródano en medio del Parque Natural de la Camarga.
Para que os hagáis un cuadro mental: excursiones a caballo entre las marismas, cottages típicas y la más auténtica fauna sin pretensión de esconderse.
Lo que más nos llamó la atención fue la tradición que en esta parte de Francia hay de la tauromaquia, tanto es así que el Toro de la Camarga es considerado una raza autóctona. Aparcamos la furgo en un parking particular que sin ningún problema habilitaron para campers, nos calzamos las zapatillas y dimos uno de los paseos más memorables de este viaje. Eso sí, ¡No os olvidéis de llevar puesto el repelente de mosquitos!
Saint Remy y Les Baux de Provence: nos bajan las pulsaciones
Aunque es uno de los municipios más poblados de los que vendrán después, con sus calles llenas de tiendas, heladerías tradicionales y ese “je ne sais quoi” que emanan las ciudades auténticas francesas, Saint Remy, estuvo destinado a ser el telonero de la Provenza más auténtica. Tras bebernos una a una todas sus bucólicas callejuelas, mapa en mano nos dirigimos hacia la D5 para llegar a la hora de comer a Les Baux de Provence.
La verdad es que para llegar tuvimos que atravesar un paisaje escarpado y abrupto y eso fue el primer indicador de que nuestro viaje acababa de hacer un clic. Les Baux de Provence es importante por su historia, por esa fortaleza medieval que sólo será desmantelada en el siglo XVII por Luís XIII. El castillo ducal, las murallas y torres defensivas están abiertas a visitantes, eso y las espectaculares vistas dibujadas con cipreses, hierbas aromáticas, pinos y especies salvajes que nos enmarcaron una puesta de Sol increíble. Tras ese espectáculo, pasear por el pueblo inhalando el verdadero jabón de Marsella también es un espectáculo. ¡Ah! Y aunque parezca (bueno, sea) un oxímoron… no dejéis de visitar su bonito cementerio, allí, de verdad que la historia habla.
Seguret y Le Barroux: ¿Por qué no estáis en todas las guías?
Es que es cierto, puede que sean los pueblos más auténticos que hemos visitado de la Provenza: Nada de turistas, mucho de cotidianeidad, de ventanas enmarcadas con el color de la lavanda, de Citroën 2CV aparcados en las puertas de las casas donde la hiedra trepa fuerte y fresca… A parte de patearlos de arriba abajo, el cuerpo nos pedía sentarnos en ese banquito, en Le Barroux absortos mirando al vecino cómo talaba la madera y en Seguret frente a una pequeña fuente, modesta, sutil, perfecta, y en ambos sitios, cerrar los ojos y respirar todo aquello bien fuerte hacia adentro.
Estando tan cerca de Mont Ventoux, aproximadamente a 40 minutos por la D974, era una pena no subirlo, así que pisamos fuerte el acelerador y empezamos a subir y… ¡Ay! Allí sí que hay otoño, de esos fríos, húmedos, de color ocre, rojo, amarillo… bueno… indescriptible, aunque al llegar arriba, nada de nada, lluvia, viento, niebla. Mención especial a los ciclistas que vimos subir semejante desnivel, tened en cuenta que el pico se encuentra a 1.909 m.
Sault, Roussillon y Gordes: cosiendo la vuelta a casa
A Sault llegamos por casualidad bajando de Mont Ventoux y decidimos parar, ¿Por qué? Pues porque empezamos a ver campos y campos de lavanda que abrazaban un pueblecito pequeño. En los campos, masías de agricultores que vendían sus propios productos, una pena que fuese octubre, seguramente en julio o agosto ese color entre violáceo y verdoso sería violeta puro. Aun así, parecía que fuésemos a entrar en un auténtico cuadro de estilo naïf. Para saborearlo mejor, paramos en una de esas casitas de agricultores y aprovechamos para comprar la deliciosa miel de lavanda.
A unos cincuenta minutos, por la D-230, nos esperaba el precioso Roussillon, aquí sÍ que os tenemos que avisar que no está permitido pernoctar en el pueblo, pero hay habilitados dos parkings cerca de él para poder aparcar la camper. En fin, Roussillon: “Les plus beaux villages de la France” situado en el corazón de uno de los yacimientos de ocre más importantes del mundo, de ahí que todas sus casas tengan ese color. Calles estrechas, pintorescas, casas del siglo XVIII y los campos de lavanda enmarcando este precioso enclave… A parte de callejear y callejear, descansar y recuperar fuerzas es una buena excusa para probar las deliciosas galettes en alguno de sus puestecitos del centro.
A tan solo un cuarto de hora se encuentra Gordes, puede definirse como la joya de la Provenza, y la guinda del pastel, por eso es nuestro último pueblo. Se trata de una de las postales más virales de la Provenza. Estamos hablando de un pueblo colgado de una colina rodeado de montañas y valles… sobran las palabras. A parte de visitarlo, es imprescindible visitar la Abadía de Senanque a pocos kilómetros de Gordes, tanto la Abadía como el pueblo se encuentran en el Parque Natural de Luberon. Se trata de una representación del Arte Cirstecense en su conjunto. Está habitada, es visitable y si tenéis tiempo diríamos que es parada obligada, principalmente para observar la historia cara a cara y para ver cómo siglos y siglos después (se construyó en el XII) todo sigue exactamente igual.
Nuestro viaje a la Provenza termina aquí, aunque nosotros seguimos hacia Cinque Terre para aprovechar el recorrido y coger un Ferry en Génova que nos llevaría de vuelta a Barcelona, pero eso es otra historia…
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